viernes, 10 de junio de 2022

Risas y estornudos

Una mañana temprano, el señor Vicente abrió la ventana para sacudir la alfombra de su cuarto. Quizás fue el brillo del sol, quizás el polvo desprendido, o quizás ninguna de esas razones, pero el caso es que el señor Vicente estornudó y unas cosquillas le recorrieron todo el cuerpo. 
—¡Achís! —se escuchó por toda la calle. 
El estornudo salió disparado y a punto estuvo de hacer perder el equilibrio a un petirrojo que pasaba volando. Este, un poco ofendido, decidió perseguir a su atacante para darle un escarmiento. 
El estornudo se dio a la fuga y descendió en picado en dirección al jardín de la señora Herminia. El pájaro aleteó decidido tras él. 
Después de varios quiebros para despistar a su perseguidor, el estornudo se coló por una ventana pintada toda de geranios. Dentro de la casa, hizo girar las manecillas del reloj como si fueran una veleta y terminó por enredarse en el pelo de la señora Herminia, haciéndole cosquillas. 
La mujer rio divertida y sus carcajadas escaparon de la casa como un tropel de mariposas. Una ráfaga de aire las transportó hasta la ventana del señor Vicente, por donde entraron para posarse en la alfombra del cuarto.

Poeta

Cansada de hacerse nudos, decidió dejar de ser cuerda y volverse poeta.

lunes, 19 de octubre de 2020

El tiempo que germina

«Será mejor que me dé prisa», pienso y me echo a reír de aquella idea, perteneciente a un pasado que se desvaneció hace ya años. Busco algunos minutos más y cojo otros dos puñados que introduzco en mis bolsillos, haciendo hueco entre los que ya tenía guardados. Después salgo a pasear y voy dejando por el camino un reguero de segundos e instantes. Se escapan por un roto mal zurcido de la chaqueta. La tarde se va con la siembra, y queda el tiempo entre los campos de flores, en las copas de los árboles, sobre las rocas de color naranja, casi rojizo. Una hora, para aquella montaña y, el resto, para el cielo estrellado. 

Regreso a casa silbando con los bolsillos vacíos y el mundo lleno de momentos por cosechar. 

lunes, 29 de junio de 2020

Astros fugaces

«Se va a estrellar», dice mamá. Y todos corremos a la ventana. El pequeño pega su nariz al cristal y mira hacia todos lados. Todavía no tiene práctica. El resto ya lo hemos identificado: el hombre en bicicleta, el del traje color crema. Parece sacado de una película antigua, con su sombrero y su maletín. Ni siquiera va rápido aún, pero tiene un algo como de ausencia luminosa. 
Entonces ocurre: el hombre empieza a coger velocidad, su cara se vuelve brillante y un segundo después sale despedido hacia el cielo. 
Una vez pedidos nuestros deseos, es hora de volver a la tarea.

martes, 10 de marzo de 2020

Precaución poética

«Llegará pronto», piensa. Y coloca flores recién cortadas sobre el aparador de la entrada.
Después planta semillas en la jardinera del balcón, para que no se marchite la esperanza.

jueves, 20 de febrero de 2020

La biblia del fútbol

En el último minuto, el equipo de los jinetes se hizo con el esférico y avanzó hacia la portería contraria, regateando sin problema los píos ataques de la defensa. El jinete pelirrojo chutó a puerta como un cañonazo. El guardameta apenas se levantó del suelo y, mientras el balón entraba por la escuadra, se escuchó un tintineo. 
—Joder, Pedro, ¡las llaves! —le gritó Gabriel dándole un empujón. 
—Es por la imagen —respondió el portero agarrándole del brazo. 
Al final hubo que separarlos y recordarles que se trataba de un amistoso. 
El míster, preocupado, mascullaba en el banquillo: 
—Ya podéis entrenar para el Juicio Final.

martes, 4 de febrero de 2020

Amar a voces

Empezó a llorar en medio de las carcajadas que inundaron el teatro. Quienes no conocían a Rosita la miraron desconcertados. El resto ya se había acostumbrado a sus rarezas. Sobre todo Miguel.
El bueno de Miguel todavía recordaba, no sin cierto pavor, su primera cita con la joven. Aquel momento en que los ojos de su amada se inyectaron en sangre para gritarle cuánto lo quería.
La tristeza de Rosita era felicidad; su paciencia, prisa; el desánimo, euforia.
 Por ello, Miguel vivía temiendo el día del susurro. Y si, en un instante de flaqueza, se atrevía a confesárselo, ella le aullaba:
—¡TÚ ERES IMBÉCIL!

A penas pasa el tiempo

Empezó a llorar despacio. Las lágrimas, como caracoles, descendían lentamente por las mejillas de Isabel, dejando un rastro plateado.
 —Esa es la manera de hacer salir las penas lentas —le había dicho la tía Angustias.
La tía Angustias sabía de tristezas. En el pueblo todos acudían a ella para buscar remedio a los días grises. Todos, excepto Julián, que tenía una pena de niño.
—Para hacerla desaparecer —le había dicho—, tendrás que perder también una alegría de niño.
 Julián dijo que no. Isabel lloró una pena lenta. Y se abrazaron sin prisa como si nunca hubiesen crecido.

lunes, 30 de diciembre de 2019

Los zapatos azules

Si me ponía los zapatos azules, sentía el chapoteo de los charcos al saltar, las cosquillas del riachuelo al balancearme en el columpio y la fuerza de las olas cuando corría para no llegar tarde a clase. 
Los zapatos azules eran caracolas, palo de lluvia o copas cantarinas al irme a la cama. Luego se quedaban dormidos y se volvían arrullo de mar. 
Un día me castigaron de cara a la pared. Los zapatos azules se congelaron, mis pies parecían dos témpanos de hielo. Me costó caminar de vuelta a casa. Lo hice despacio. 
Otro día José me regaló una margarita, y los zapatos se sumergieron en un lago de felicidad. 
Ayer, por primera vez, sentí los pies secos al llevar mis zapatos azules. Me senté en un banco para observarlos bien. Lo que imaginaba: se les han hecho agujeros en las suelas.

miércoles, 21 de febrero de 2018

El viento triste

Metían los pies en el agua mientras pescaban y sentían el cosquilleo de los peces mordisqueando sus dedos. Los dos niños atrapaban ráfagas de viento junto al río. Para eso usaban distintos tipos de cañas. Algunas fabricadas con hojas de sauce; otras, con campanillas. Las tenían de plumas, de barcos de papel y de jirones de cometas. 
Una tarde atraparon un viento triste. Se quedó enganchado en una astilla. Manuel propuso encerrarlo en una caja y enterrarlo. 
—Es un viento que borra sonrisas y agacha cabezas. 
Pero Luis se negó. Lo dejó jugar entre sus dedos y después lo soltó. 
—También seca lágrimas, ¿sabes? Y hace compañía.
Manuel miró a su amigo preguntándose dónde habría aprendido eso. Pero no dijo nada, solo le abrazó.

jueves, 15 de febrero de 2018

Perder las alas

Su padre le dejaba también conducir la furgoneta. Era mecánico y trucaba el motor para que no pasase de 20 km/h, pero nosotros sentíamos la velocidad en los ojos. Con catorce años viajar sin un adulto en un coche ya es volar. 
Del accidente nos enteramos en la cena. El padre de Manuel había tenido un percance en medio del campo. Ese día la furgoneta estaba sin manipular, Manuel no podía saberlo, y la curva se le echó encima. 
A partir de los catorce años hay un momento en el que uno se hace adulto de golpe. Y, a veces, se deja de volar para siempre.

viernes, 26 de enero de 2018

Hallazgos colaterales

Menudo subidón sentí al hallar una ermita románica buceando en el lago junto a nuestra casa. Ocurrió justo después de la llegada de los artificieros para desactivar la bomba de la Guerra Civil que papá localizó en el bosquecillo. Se armó un caos terrible, con periodistas y todo. Aunque primero apareció el activista medioambiental, con pancarta incluida, para reconocer una especie de ave declarada extinta. Fue mi hermana quien la descubrió por casualidad o, según ella, por el destino. Mamá se enteró la última, había ido a la biblioteca a devolver un libro que había sacado hacía veinte años. Y la abuela, desde el salón, seguía preguntando si alguien había encontrado ya su dentadura.

viernes, 12 de enero de 2018

El secreto del perchero

Cuando el perchero se siente triste, susurra palabras de árbol a los botones del abrigo. Y éste, que sabe de inviernos y abandonos, lo rodea con sus dos mangas para abrazarlo.

jueves, 4 de enero de 2018

miércoles, 20 de diciembre de 2017

Un giro inesperado

Llegamos al final del camino. Ha sido un placer colaborar con Diana Toledano y poner palabras a sus ilustraciones. Muchas gracias, Diana, por brindarme esta oportunidad de imaginar a través de tus ojos. Espero que vosotros también hayáis disfrutado de la lectura. 



Hay días en los que el camino me lleva a mí y otros en los que le guío yo. Me encanta sorprenderle con nuevos paisajes y rutas olvidadas. 

Some days, the path guides me and some others it's me leading it. I just love when it stands in awe with new scapes and forgotten trails. 

Pulled today by the route that shows the way,
tomorrow it'll be my say. 
Forgotten trails I uncover, 
new scapes I love to discover. 

 (Muchas gracias a David Pastor y Ana Martín por las traducciones y las correcciones).